martes, 19 de abril de 2016

Artículo Esperanza de Triana

Era una mañana tranquila de primavera. Por las ventanas ya se traspasaba un nítido rayo de sol que hacía despertar a Manuel. Manuel era un hombre, ya de tercera edad, que tenía como profesión pasear todas las mañanas de buen día por las calles de su barrio, en el que se crió, creció y aprendió las vicisitudes de la vida. Posteriormente, Desayunó y se vistió, siempre con la típica ropa del antaño, esas que nos hacen memorar a nuestros mayores. Se despidió de su mujer, Encarna, como era de costumbre y se dispuso a cruzar el dintel de la puerta.

Llegó al mismo parque de todos los días y se sentó en el banco de todos los días, aquel banco propio de los parques, y en el que junto con Pepe, se ponían a tratar temas de actualidad como "hay que ver los jóvenes de hoy en día" o "los recuerdos que tenían de sus padres cuando ellos eran críos". Todas las mañanas respiraban la fresca brisa que le había deparado la vida en esta etapa de descanso, después de tantos años de trabajo para poder dar de comer a su familia y poderle dar a sus hijos una buena crianza cargada de valores y sabios consejos.

Se acercaba la hora del medio día y el lorenzo cantaba con rayos de sol, los cuales se hacían notar cada vez más entre las pequeñas sombras de las hojas que se situaban justo por encima de aquel banco en el que cada día se "arreglaba el gobierno".  Aquellos dos abuelos decidieron, como cada mañana, refrescar el cuerpo en una pequeñita, que no singular, taberna que hay justo al lado de la tan famosa capilla de los marineros, en la tan abrumadora calle Pureza. Esos dos hombres, ya aproximándose ha dicho lugar, se miraron y sonrieron, con una sonrisa que no era de edad sino de ingenuidad e inocencia. Ellos, aquellos amigos, sabían a donde caminaban y con el paso más acelerado y el corazón mas adelantado. Iban con rumbo a la Esperanza.

Entraron y sus miradas se tornaron frente a ella. De momento sus ojos rebosaban tranquilidad y devoción, veían como le daba aliento la mirada de esa gitana de Triana. Sus ojos lloraban, no de pena, sino de belleza por esa madre que sufre por tercera caída de su hijo. "Que cosa más bonita" le decía uno al otro, " no se puede razonar que le quepa tanta belleza en la cara"  le contestaba. Sus corazones se llenaron de fe. Ambos sabían que nunca le falto esa mirada en tan largo camino, ni ese pañuelo que le ofrece, aquel pañuelo al que en el pasado se acogieron navegando por un mar cargado de tempestades pero que gracias a el, llegaron a buen puerto. "como está la esperanza" susurraba Manuel mientras que una lágrima recorría su mejilla. Manuel tuvo un primer amor desde pequeño, un amor tan verdadero y eterno que lo mantuvo toda su vida. No había momento, hora o día que no se acordase de aquella preciosa virgen que encontró en el primer instante de su memoria donde sus miradas coincidieron por primera vez.

Quizás estos dos hombres no existieron en la realidad pero doy por seguro que esa capilla, donde los sueños se hacen realidad, ha visto momentos así causados por las de súplicas a esa señora que se debe tanto a su barrio, y su barrio a ella. No hay lágrimas que se derramaban en tu capilla, sino anclas aferrándose a ti, a tu mirada, a tu pañuelo, a tu cara y voces del silencio que darían su vida por quitarte cada una de tus lágrimas por un beso de Triana...

Redacción: Rafael Murillo

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